domingo, 11 de noviembre de 2012

Encontrando los puntos de referencia.

    Casi desde el primer día que me sumergí en la maraña de las redes sociales, me encontré con uno de mis ídolos musicales. Un momento... ¿he dicho ídolo?... rectifico, seré honesto, pues la verdad es que al otro Auserón le pedí amistad ciberespacial después de sufrir la decepción que me causó la disculpa estereotipada de su hermano Santiago diciéndome que su cupo de amigos  ya estaba completo.
    Y lo cierto es que desde el primer minuto he sido un asiduo de los exabruptos y las salidas de tono de Luis Auserón y he permanecido impertérrito a sus desaires, pues sé de muchos que no lo han aguantado y lo han borrado del face. Me parecía -como él mismo dice en una de sus últimas canciones- un señor con una navaja en la mano que ha perdido la razón y mira nervioso y enfadado, porque tristemente  sabe dónde está. Un tipo fuera de lugar, asqueado, resentido y a la defensiva con lo que ocurre a su alrededor, pero a la vez atormentado por la impotencia que produce el no poder o no saber qué hacer.
    No sé si por afinidad o por curiosidad, pero no lo borré. Incluso a veces intercambié pareceres musicales y existenciales con él. Así fue como descubrí -ignorante de mí- que una de las canciones que más me gustaba de Radio Futura era de Enrique Sierra,  cuyos serenos pero siempre lúcidos comentarios, también he podido disfrutar de rebote por Luis en los últimos meses de su vida.
    Así que he sido espectador de su travesía del desierto, de sus reivindicaciones como artista multidisciplinario, de su cruzada militante en el ecologismo urbano y , por supuesto, de sus avances como persona y como músico leyendo a Boulez.
    No voy a entrar en apreciaciones musicales, tampoco voy a analizar su andadura vital. El caso es que a mí me gusta este Luis Auserón  tan amigable como Johnny Cash, aunque con algún que otro bobo defectillo como Dylan, pero tan genial y tan brillante como Juan Perro.