domingo, 15 de diciembre de 2013

MENÚ PARA DESMEMORIADOS


    Todo chef de almas que se precie, antes de acometer la tarea de satisfacer -que no de saciar- los estómagos de quienes no recuerdan,  bien porque ya no conocen o bien porque lo olvidaron todo, ha de instruir a los camareros sobre el protocolo estricto a seguir. 

    El servicio de cada uno de los platos se efectuará con el tacto y con el sigilo que demanda el carácter esquivo y huidizo que la dejadez y el tiempo les fue arrogando a nuestros desmemoriados comensales, por lo que para no distraer el paladar incierto, el gusto disgustado y desgastado y el apetito distraído, los camareros andarán de puntillas, se acercarán sin aspavientos y se abstendrán de reverencias al presentar las viandas en la mesa.

    Entrante: 

    Ensalada de recuerdos infantiles aderezada con germinados adolescentes: lavamos bien los recuerdos hasta eliminar por completo restos inventados a la vez que despojamos los cogollos de la niñez de las hojas y perifollos propios de la imaginación infantil. Después, los pelamos y cortamos en juliana y les añadimos alrededor los germinados adolescentes convenientemente aderezados con unas lágrimas de amor no correspondido previamente maceradas en bilis de desengaño e incomprensión. Sírvase entonces templada, para evitar innecesarios sobresaltos. 

    Truco: se puede utilizar esta receta como base para elaborar un gran número de ensaladas para la memoria, combinando diversos recuerdos tristes con ilusiones y añoranzas (como por ejemplo la soledad de un niño taciturno con la emoción de un beso primerizo).
   
    Plato principal:

    Milhojas de juventud inquieta, madurez serena y ventolera de aire fresco: cortamos la juventud por la mitad con un  afilado y señalado acontecimiento. Retiramos con un cuidado extremo y pulso de cirujano las meras anécdotas, los vanos encuentros y las historias superfluas, hasta que la esencia misma de la vida fluya bajo la piel. La marcamos a continuación en una sartén sólo durante unos segundos, los suficientes para que aflore el jugo del carácter y la determinación. 

    Mientras la dejamos enfriar, cortamos una buena porción de madurez en triángulos de aproximadamente el mismo tamaño -una década por cada ración-. Una vez que la olvidada juventud se ha atemperado, la cortamos en finas y delicadas rodajas. 

    Por último, procedemos a montar el milhojas colocando un triángulo de madurez entre dos láminas de juventud y lo decoramos con la ventolera de aire fresco, como un atisbo de locura o de cocina de autor, un toque perfecto que provocará una instantánea e imprevista cosquilla a quien ya no recuerda el sonido de la risa.  

    Postre:

    Flan de besos interminables y fuertes abrazos: fundimos media docena de ósculos seleccionados de entre lo mejor de nuestro saber besar, incorporándolos al baño María sin precipitar los unos contra los otros, buscando la fusión de los fluidos sin grumos en el corazón, para que éste se vaya acelerando de manera progresiva hasta obtener una salsa de pasión contenida.

    Agregamos entonces una sonrisa delatora y continuamos templando la mezcla al baño María hasta obtener una crema  bien consistente, que ni la desmemoria pueda evitar cierto regusto familiar. 

    Presentación:

    Colocamos primero una capa de la crema resultante, luego disponesmos un ramillete de abrazos bien prietos y fuertes y por encima otra capa más de la crema de la pasión.

   Dejamos enfriar y servimos. Resultará en definitiva un excelente colofón que tal vez no nos haga recordar, pero que seguro tardaremos algún tiempo en olvidar.