martes, 20 de agosto de 2013

LOS HOMBRES NO LLORAN -Pregón de las Fiestas de Bélmez de la Moraleda (19 de agosto de 2.013)-

   Buenas noches, gracias por haber venido. Muchas gracias al Excelentísimo Ayuntamiento de Bélmez de la Moraleda por pensar en mí para dar este pregón en representación del Botellín.
     " Los hombres no lloran ". -me solía  repetir mi madre con voz severa, aunque ella todavía no podía llegar a adivinar que la genética había tatuado en mi corazón el escudo de los Pereira y que lo había hecho con una lágrima de plata adornando su cruz floreteada y hueca de gules, una lágrima que dignifica, madre, a quienes no han perdido la capacidad de emocionarse a pesar de los años-.
    Y es que" Los hombres no lloran "- me aleccionaba con cariño mi Carmen, mientras insistía con admirable tozudez en trazar con el peine una línea recta en los rizos ingobernables y caprichosos del niño callado y taciturno que algún día fui-.
    Porque "Los hombres no lloran" -me susurraba al oído la niña de mis ojos, la niña del Alemán, y lo hacía con un hilo de voz, para que nadie más que yo  pudiera percibir la miel y también el calor de sus palabras, en aquella noche cuando todos me zarandeasteis  por haber llegado tarde al primer acto del programa de fiestas de la Peña del Botellín. Aquella programación de actos alternativos que presentamos fotocopiados en la silueta de una botella de cerveza donde podía leerse: Día 19 de agosto, 12 de la noche; asistencia al Castillo de fuegos artificiales que viene a principiar tradicionalmente las fiestas de Bélmez de la Moraleda. Se hará vistiendo la camiseta de la peña con alegre disposición por todos sus miembros-.
     Que sí, que "Los hombres no lloran"- con alegre disposición por todos sus miembros y yo llorando de alegría …  cuando alcancé a ver aquella riada blanca serpenteando y bullendo saltarina por la plaza de la Iglesia al compás de "Paquito el chocolatero", empapando con su algarabía a propios y a extraños, no pudiendo ni queriendo ya nadie secarse aquella gozosa y refrescante sensación durante los cuatro días siguientes.
    Que veinte años no es nada, escribió La Pera y cantaba Gardel, pero cuando Antonio Díaz Rodríguez, nuestro teniente de alcalde, me habló de este homenaje a quienes contagiasteis de alegría  y de desmadre, con vuestra euforia de cantos y consignas, con vuestras estridentes carcajadas y vuestro no dormir  ni dejar hacerlo, a todo un pueblo aquellas fiestas de 1.993, debí decepcionarte Antonio, por mi reacción, o mejor dicho, por mí no reacción.
    Porque he de confesaros, que como si de una borrachera se tratase, en mi recuerdo aquellos cuatro días de agosto se habían diluido como cuatro azucarillos dulces pero fugaces -¡ay, qué poco dura lo bueno!-. Y en su lugar, durante estos veinte años como veinte siglos, de la Peña del Botellín sólo me quedaba una neblina de imágenes reflejadas en espejos cóncavos y una resaca de ideas, que regresaban a mi memoria en alguna que otra ocasión distorsionadas y convexas.
    El caso es que instintivamente, sin apenas reflexión,  me vi pronunciando un sí con la boca chica, pero tan imprudente como osado y aquí me tenéis -instante arriba, instante abajo en las agujas del reloj- ante mis paisanos, ante mis amigos, ante mi familia  y ante todos quienes nos visitáis en estos días, para contar una historia cierta,  aunque más o menos recordada o más o menos magnificada, como los buenos libros de caballerías, que comenzó  a escribirse en el pueblo de Bélmez de la Moraleda en esta misma noche de hace veinte años.
    Quiero que sepáis que para mí supone un gran honor dar el pregón de fiestas en el nombre de todos vosotros, los que sois botellines y quienes en espíritu así os sentís. Quiero daros las gracias en verdad de corazón por todos los recuerdos e imágenes que me habéis regalado desde que se supo que yo daría el pregón. Todas esas historias que me han dado fuerza para romper de una vez por todas los espejos cóncavos y convexos que con el olvido y los años habían convertido mi visión de aquellos días en un esperpento digno del mismísimo Valle Inclán, así que seguiré el consejo de Don Latino de Hispalis en "Luces de Bohemia" y diré: -"¡Querido Max (querido Juan en este caso), no te pongas estupendo!".
    Espero eso sí, que este pregón os traiga a todos tan buenas sensaciones como  tantas y variadas emociones yo he sentido al escribirlo.
     Os pido también, paisanas y paisanos, amigas y amigos del Botellín, que me dejéis dedicarlo a quienes  apenas habían nacido hace veinte años –que por otra parte son los mismos años que yo llevo fuera de Bélmez y por eso cuando me encuentro con los de esta generación suelo decir aquello de “¿y tú de quién eres?”, claro que ellos a mí me conocen como el hermano mayor de Miguel Ángel Cano-. Quiero dedicárselo a ellos, porque por su envidiable juventud no tienen la perspectiva de que muchas situaciones hoy habituales, cotidianas, corrientes e incuestionables a simple vista, en otro tiempo  eran impensables, casi imposibles, aunque ahora hayan pasado a  esa realidad invisible de lo cotidiano y de lo olvidado, aunque ahora resulten casi imperceptibles incluso para quienes el paso del tiempo nos ha ido acomodando en la adormidera de la amnesia y borró de nuestra mente su coste , porque nos hemos olvidado por completo del valor de esas cosas que pasaron anteayer.
    Sin ir más lejos, mientras deslizaba mis dedos por el teclado del portátil para escribir el pregón,  he recordado el tacto y el disparo de las teclas de mi vieja Olivetti, ametrallando el silencio de la siesta, perforando en el folio las palabras como tiros … y todas las peripecias y  las anécdotas  de aquel verano amigo Diego, cuando teníamos apenas 9, 10 años y Melchor de Alfonsillo nos enseñó  a escribir a máquina … -.
    Porque también tengo que dedicar mis palabras a quienes hace veinte, treinta años, nos hacían este mismo ejercicio de memoria al calor de las ascuas de un brasero, alrededor de una mesa de camilla, como antes también hicieron sus mayores con ellos en la cocina, reunidos en torno a la lumbre o a la luz de un candil y así hasta que la noche se pierde en la profundidad de los tiempos diminuta como una pavesa.
    Dice nuestro ilustre y premiado vecino de Úbeda el escritor Antonio Muñoz Molina que "recordar y contar lo que uno ha visto, esforzándose por no mentir y por no halagar y por no dejarse engañar uno mismo por el resentimiento o por la nostalgia es una obligación cívica".  Yo añadiría que ese esfuerzo por mirar las cosas tal y como son -tal y como fueron- es un ejercicio de honestidad y de libertad . Por eso permitidme la advertencia, que no os dejéis engañar por el artificio con el que acostumbro a armar mis palabras, que aunque vista con la imaginación de exagerado colorido y bomba los sucesos y tenga la tentación  de arrancarme con un verso rayano en el ripio, si le raspáis esa pátina de verborrea que tal vez se os asemeje algo pretenciosa y quizás un pelín pedante, encontraréis en este humilde pregón esa nítida transparencia, que yo espero sea  tan clara y cristalina como el agua de este pozo de la Moraleda.
    Sí, efectivamente la verdad es poliédrica, tiene infinidad de caras, sobre todo en Bélmez. Además no sería muy descabellado afirmar que  cada uno de los casi dos mil habitantes del pueblo se siente  - hagamos un ejercicio de sinceridad - un parasicólogo en prácticas. Pero sería ciertamente apabullante que el Centro de Interpretación de las Caras pasase a ser el Centro de las casi dos mil interpretaciones de las caras. Porque ese es el ejercicio ejemplar de honestidad y de libertad que inconscientemente siempre hemos realizado las gentes de este pueblo frente a este delicado asunto de las caras y que quiero poner como referencia a seguir en mi propósito de no distorsionar  los hechos que esta noche rememoramos, pues cuando  a un belmoralense le preguntan sobre lo que hay de verdad en las famosas teleplastias, la respuesta más común suele ser ésta: aquí están, aquí se las presentamos y ustedes, cada uno de ustedes que las visitan, saquen sus propias conclusiones.
     Apenas lo puedo recordar mirando las indumentarias exactamente idénticas que vestimos mi hermano Paco y yo en una vieja fotografía de aquellas con los bordes de filigranas. Una de esas tipificas fotos en las que estamos subidos en esos caballitos que acarreaban como atrezo de su improvisado estudio los retratistas que iban de feria en feria. Porque  aunque originariamente las fiestas patronales eran las de San Andrés a finales del mes de noviembre, cuando nosotros éramos pequeños dichas celebraciones ya se habían trasladado  al mes de octubre, parece ser que por razones climatológicas, aunque si te paras a pensar, en octubre también hace frío.
    Pero no es hasta principios de los años setenta cuando se deciden las fechas actuales de las fiestas, probablemente para hacerlas coincidir con las vacaciones estivales de los numerosísimos emigrantes que durante esa década y la anterior se habían visto obligados a abandonar  el pueblo.  Y parece ser que la elección de dichas fechas no pudo ser más apropiada … pues hasta las caras decidieron unirse a la fiesta allá por 1.971. Y aunque  para un adulto pudiera tratarse su aparición de un hecho tétrico, para quienes éramos los niños de las caras, sólo fue un motivo más de auténtico alucine. Hubo momentos en los que resultábamos un incordio para que el equipo de parasicólogos de la Universidad de Friburgo pudiera desarrollar su trabajo en la casa de Juan y María, aunque aquel alemán larguirucho con su traje azul celeste, el famoso profesor Hans Bender, tenía salidas para todo y un día mandó a su guapísima traductora a comprar caramelos en La Bodega, para que no les molestásemos.  Aquella mañana la cola de niños esperando sus golosinas ocupaba todo el ancho de la plaza de la Iglesia.
    Pero volviendo a las fiestas, fuese pasando frío o calor, el hecho es que históricamente se nos ha considerado un pueblo de gente bastante festera. Alguien me contó la anécdota de aquellos dos niños, amigos, de unos ocho o diez años -Felipe y Juan  eran sus nombres - quienes a la altura de los primeros años del siglo XX se fueron andando hasta la estación de ferrocarril de Cabra para dar la bienvenida al cohetero.  Después había que volver, pero ellos se regresaron con actitud de evidente algarabía alrededor de la burra que trasladaba al susodicho pirotécnico a Bélmez. Lo que no se imaginaban los dos niños es que les esperaba un comité de bienvenida, pues enteradas de la hazaña las madres de ambos, revirtieron la chufla y los cohetes en una sonora y sonada azotaina. Eso sí, no se quedaron sin devolverla, ya que no se les ocurrió otra cosa que amenizar el hastío del forzoso encierro que tuvieron como castigo con un estruendoso concierto de ollas y cacerolas en Sí Mayor.
    Seguramente las historietas de Felipe y Juan - de Felipe Guzmán Merino y Juan Pereira Montávez- os hayan traído a la memoria a muchos de vosotros infinidad de anécdotas que os han contado o que habéis vivido alrededor de esta plaza, alrededor de estas fiestas o acontecidas en otros lugares del pueblo. Entre esos lugares  no puedo dejar de mencionar especialmente dos: el salón de Los Parrales, que se encontraba  aquí mismo antes de convertirse en el Parque del Nacimiento, antes de ser esta magnífica y bella plaza, porque este parque ha alcanzado esa categoría ¿verdad?;  y el salón de Rifa, establecimiento que surgió unos años después para que las mozas y los mozos de Bélmez de la Moraleda tuvieran un escenario más donde baliar, divertirse, charlar, enamorarse … Aquellos bailes solían transcurrir al son muchas veces de  humildes pero honrosas orquestas, como la Orquesta Oasis y su mítica formación con Juanito Lermas a la batería, Bernardo el Ojarín a las maracas, Cristóbal de Vilorta al saxofón, Sebastián Valero a la trompeta y Antonio el Alemán al clarinete, haciendo que la muchachada bailara y se emocionara con los éxitos del momento, como el famoso "Begin the beguine" de Cole Porter o aquel otro hit patrio  que popularizó la Radio Topolino Orquesta, "Mi casita de papel" , sin dejar de lado los valses, los pasodobles e incluso los corridos como el popular "Vuela, vuela palomita ".
    Aunque en lo tocante a las lentas el hecho en sí del baile resultaba algo complicado y fastidioso, ya que por aquella época las chicas solían ir acompañadas por una carabina  -en la mayoría de los casos por la madre de la moza en cuestión- cuyo principal cometido era dar la aprobación al  partenaire de su hija a la vez que velar para que se respetase la distancia reglamentaria y corriese el aire de manera fluida entre los cuerpos de los dos bailarines.  ¡Cuántas imágenes de aquellos bailes nos ha dibujado en su casa , tijera al vuelo amenazando trasquilón, Antonio Vela Romano, el Nono!.
    Y las historias que no nos habéis trazado con la filigrana almibarada de vuestros recuerdos de juventad, las hemos ido descubriendo  en el reflejo de las caras que aparecen en esa infinidad de fotografías que  derramamos por las redes sociales. Esas mismas caras que nos muestran sus más profundos sentimientos con la elocuencia que da el silencio, porque la imagen siempre gana su duelo a la palabra. Esas fotografías que van cambiando sus caras más enjutas y sepias de la posguerra por las sonrisas grises de los sesenta y de los setenta. Y los escenarios de aquellos bailes  de antaño ahora son otros  -como el cine de verano de Ramón o la Cooperativa de Esparto, conocida más tarde como el taller de las Cuevas- o cambian su aspecto y su nombre -este Parque del Nacimiento con la Discoteca o la Plaza de Abastos- como también cambian las modas, los peinados, las músicas y sus intérpretes.
    Habían llegado los "ye - yes" con sus pelos largos y las orquestas se habían electrificado para dejar de ser  consideradas como tales y pasar a llamarse conjuntos. Ahí estaba ya Antolín con su estética y su estilo a lo Nino Bravo, porque sus facultades vocales le daban y le dan para ello.  Primero fue vocalista con Los Solas, un grupo con base en  Villacarrillo de donde eran los hermanos que le daban su nombre. Y después también lo fue del grupo de Jódar Los Trinos, una de las mejores formaciones musicales de los alrededores en aquellos tiempos.
    Algo más tarde, a principios de los setenta, llegarían para coger el testigo Los Sueños, con Jose María el Alemán a la voz, Faustino Garrido a la guitarra, Juan Fernández Vico-Patachula- al bajo y los hermanos Escarcha de Cámbil a las teclas y a la batería respectivamente.  Ellos tuvieron la feliz ocurrencia de poner música al poema que Antonio Guzmán Merino dedicó a nuestro pueblo, añadiendo de su propia cosecha alguna que otra estrofa que originó el nacimiento de ese pasodoble  popular que   los de mi generación solíamos cantar -"y en el parque nace el agua … y en el parque nace el agua  al lado del bar de Diego …"-.
    Y más o menos en esos mismos años, otros hermanos empezaban su aventura musical en la vecina Solera con esa ilusión renovada que tiene la juventud con la música. Hablo, por supuesto, de Nueva Ilusión, el grupo de los hermanos Montes: Juan Antonio, Carmelo y Pedro. Yo tengo grabada en mi memoria emocional la versión instrumental al estilo de Los Relámpagos que hacían del pasodoble "Luna de España". En la banda sonora de mis verbenas de pequeño está ese diálogo que el órgano Hammond de Juan Antonio entablaba con la guitarra de su hermano Pedro.
    Pero me vais a permitir que retome las palabras de Muñoz Molina, porque como él me siento un extraño, un fugitivo de este particular Macondo nuestro del que os estoy hablando. Este Bélmez- Macondo que perfectamente podría ser la Mágina que  él oteaba en su "Jinete Polaco" desde los Cerros de Úbeda y que como dice en una de sus canciones  aquel otro paisano, hijo del comisario: "… al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver". Porque parece que "os hable de unos extraños, de quienes fuimos y ya no somos, del espectro de unos desconocidos (…) pero que gracias a la música tal vez nos encontremos, nos reconozcamos … gracias  a las canciones de entonces que ahora volvemos a oír y nos conmueven igual que si el tiempo no hubiera pasado y aún fuera posible enaltecerlo o corregirlo, agregarle una sabiduría que nos fue inaccesible, una ironía y una felicidad que casi nunca, entonces y después, dejaron de ser imaginarias".  
  
   Por aquel entonces y hablo de los últimos años de la dictadura franquista, el Ayuntamiento solía sacar a concurso la verbena de las fiestas, que se celebraba bien aquí o en la Plaza de Abastos. El recinto se cercaba y el empresario que se adjudicaba el concurso era quien se quedaba con la barra e incluso contrataba a los grupos. Por supuesto, entonces se cobraba la entrada.
    Porque la llamada "verbena popular" llegó con la democracia. Aquella soflama de Tierno Galván a la juventud madrileña llamándoles a divertirse y a disfrutar de la música gratis con aires de libertad, tuvo su traslación a todos y cada uno de los pueblos de España. Bélmez de la Moraleda también vivió aquel exceso, también fue partícipe y todos disfrutamos del abuso, porque en este país pasamos de la nada y menos al mucho y más, sin tener en cuenta que el equilibrio te lo da la justa medida.
       Y entre canciones de la movida, instantáneas fugaces y efímeras de polaroid y aquellas primeras  y pesadas videocámaras que grabaron la prueba de que no siempre tuvimos el pelo blanco, dejamos de colarnos en la discoteca y casi sin querer nos sorprendimos en su pista bailando las lentas. Siempre solían pincharlas en el mismo orden; primero "La chica de Ayer" de Nacha Pop … después "Jersey girl" de Tom Waits en esa versión más popular  que hizo  Springsteen. Y nos susurrábamos al oído palabras que escuchábamos el uno de la boca del otro por primera vez. Y quedábamos para bailar una y otra vez a pesar de mi  torpeza, porque  te gustaba que te hablara de que la vida es una canción a medio hacer en la que siempre andamos a vueltas con una estrofa o peleándonos con el estribillo.
    Y Así hemos llegado al prólogo de las fiestas del Botellín, un prólogo que se escribió justo un año antes del Botellín, esta misma noche y a esta misma hora pero de hace veintiún años. Sin ese antecedente la historia que nos  ha traído hasta este estrado no tendría ningún sentido.
    Si aquel diecinueve de agosto de un año antes, de 1.992,  alguien se hubiese paseado por esta  plaza  la habría encontrado oscura y tan silenciosa, que de no ser por la  sequía de aquel año, hasta habría escuchado el bullir del agua en el pozo. Sin embargo, lo que sí percibiría ese visitante del año 92 serían los ecos de la música  proveniente de la Plaza de Abastos. 
    Al llegar hasta ella se la habría encontrado vallada. En el acceso desde la Calle del Concejo un portero con cara más o menos de pocos amigos franquea la entrada. Desde fuera puede observar el ademán de aburrimiento de los músicos, mientras que en la pista sólo un par de parejas bailan "La piragua de Guillermo Cubillo". Tan sólo una veintena de mesas están ocupadas y al fondo en la barra hay no más de diez personas. Salvo los de la pista, nadie presta atención a la música, sino que dirigen su mirada hacia la cuesta que sube hasta la Plaza de la Iglesia. Incluso el bajista del grupo está mirando hacia allí, consiguiendo que sus compañeros pierdan el compás y precipiten el final de la canción.
    Mirando hacia dicha cuesta nuestro visitante de las fiestas de 1.992 observa admirado la presencia de una ingente muchedumbre de jóvenes que caminan como uno solo a la voz de "¡que vamos, que vamos …!" , para retroceder después en sus pasos una vez alcanzado el vallado trasero de la plaza.
    Si desde principios de los ochenta las verbenas eran populares hasta que en ese preciso año olímpico la Corporación Municipal tiene a bien cobrar la entrada, en este pueblo había ya toda una generación de jóvenes que no sabían lo que era pagar por bailar en las fiestas. Sin entrar en el análisis de los motivos que llevaron al Ayuntamiento a establecer un canon para entrar al recinto, el hecho es que se menospreció la fuerza y se ninguneó la osadía que te da el ser joven y el creerte en la posesión de todo el tiempo del mundo - en este caso cuatro días con sus cuatro noches- para reivindicar la entrada libre.
    Yo era una de esas nueve o diez personas que había en la barra de la verbena. Entiendo que para quienes estabais en la cuesta, sobre todo quienes entonces erais escandalosamente jóvenes, fueron unas de las mejores fiestas que habéis vivido -pues la mejor sin duda, fue la del año siguiente-. Os lo veía en las caras. Pero también veía las caras de quienes no digerían la crítica y consideraban todo aquello una afrenta.
    Siempre me pareció exagerado que las autoridades decidieran llamar a la Guardia Civil … para que custodiara vuestros cubos de cuerva … para incautaros los cientos de silbatos con los que acompañabais vuestra coreografía reivindicativa … para que vigilara vuestra alegría … porque en "la cuesta" la mayoría simplemente queríais manifestar vuestro desacuerdo de una manera festiva, pero efectiva y  porqué no efectista.
    Por eso no estuvo a la altura que merece este pueblo que tanto a un lado como al otro  del partido que gobernaba los designios y administraba las arcas de este municipio, se intentara capitalizar políticamente aquella protesta. Por eso no estuvo a la altura que merecen nuestras fiestas que algunos elementos se dejasen llevar por la inercia que te da el alcohol y aprovechasen la ocasión -pero no lo lograran- para empujar hasta el terreno escurridizo y ponzoñoso de la bronca y el enfrentamiento aquella situación. Por eso -sobre todo por eso- no estuvo a la altura de la historia de este pueblo que alguien usara la fuerza de la palabra escrita en un periódico y el aval y sello de legitimidad que le daba su cargo público, para insultaros a vosotros, y lo que es peor, para insultar a vuestros progenitores,  sobre todo teniendo en cuenta que algunos de vuestros padres habían pagado religiosamente su entrada y estaban en la verbena.
   
    Durante el año siguiente, según se iban acercando  los largos días de verano, se fueron haciendo mas ciertos e irreversibles nuestros más aciagos presentimientos sobre la fiesta. Muchos teníamos la ingenua esperanza de que todo aquel embrollo del año anterior hubiera dado sus frutos, pero desgraciadamente sólo había logrado apuntalar aún más lo que parecían fuertes convicciones -no se si económicas, políticas, ¿morales? … o todas a la vez- de las señoras y señores concejales y del presidente de la Corporación Municipal.
    Si en 1.993 ya hubiese existido Twitter, probablemente habríamos convertido en "trending topic" nuestro tema de conversación en las ligás de mediodía.  El "hashtag" sería algo así como "#BélmezSeMereceOtraFiesta", pero aunque no os lo creáis los más jóvenes, por aquel entonces internet era algo realmente privativo y  aún no habían nacido las redes sociales. Nuestra red la tejimos con cada palabra dicha a la cara, mirándonos a los ojos, eso sí, compartiendo unos botellines … y se extendió con el boca a boca en el que fluye el entendimiento que se hace más cierto, más real si hay contacto,  si huelo tu afinidad, si toco tu convicción, si palpo tu empatía, si magreo tus ganas de demostrar que estás viva, que estás vivo y que te duele tu pueblo y que se juntan con las mías y las del otro y las de todos, para decir en una única voz: "aquí estamos".
    Mi padre, quien cada día reconoce en mi actitud y en mi proceder  defectos y  virtudes propios … ¡Quién te lo iba a decir a ti con lo que los hijos solemos renegar de los padres! … Tú me has hablado  de esa primera impresión que te da la gente de Bélmez; de unos modos, de unas maneras cotidianas y por ello en apariencia naturales, no forzadas  de las gentes de este pueblo, que suelen llamar la atención a quien viene de fuera y que creo que aún perduran y forman parte de ese sello propio por el que se nos puede reconocer. Cuando hace cincuenta años llegaste por primera vez a este pueblo, subido en tu Derbi 250, tras atacar con cuidado las curvas del Prao y encontrarte con sus casas sencillas y los vecinos sentados  de charla en sus escalones a la fresca … y dejaste tu moto aparcada en un inmenso solar que había junto a la plaza en el que no tardaría mucho en tomar forma la Iglesia nueva, descubriste ese pueblo que se mezcla en las tabernas, en las calles, en las celebraciones y se diluye en apariencia sin distinciones de cuna, de oficios ni de ideas, como por el contrario no ocurría en los pueblos vecinos, más de guardar distancias y divisiones según procedencias sociales y castas familiares. Esa manera de relacionarnos que nos distinguía a la legua cuando íbamos - y me consta que aún es así - a las fiestas de otros pueblos, algo tuvo que ver con lo ocurrido aquel verano del 93. 
    Da vértigo enfundarse de nuevo la camiseta blanca del botellín panzudo que diseñó mi hermano Paco, la camiseta del "biscúter",  que para quienes no lo sepan, es como solíamos llamar en estos pueblos de Jaén al botellín de un 1/5 de litro de cerveza del Alcázar - a poder ser tan fresquita, que al beberla se te caiga una lágrima como un puño -, en una metáfora cervecero-automovilística que compara el pequeño tamaño de estas rubias con el del minúsculo turismo  que se comercializó en España en los años cincuenta. Muchos habéis guardado como oro en paño la camiseta original y estoy seguro que habéis sentido al contemplarla de nuevo el vértigo por volver veinte años atrás a nuestra sociedad amiga del botellín tertuliero, festivo y desenfadado. Habéis sentido al contemplarla de nuevo la emoción por estar en aquella Bélmez de la Moraleda de 1.993, en aquel pueblo que declaramos abierto al mundo.
    No recuerdo a ciencia cierta el momento preciso, el instante en que surgió nuestra contestación pacífica, festiva, desenfadada ante quienes habían decidido no bajarse de la burra, pero sí se que ocurrió en esa tertulia que es la ligá del mediodía y que le fuimos dando forma y contenido en aquellas largas veladas en el Discoblas donde argumentábamos y consensuábamos pareceres y aportábamos ideas y fundamentos para crear nuestra Peña del Botellín.


        La democracia tiene que ser enseñada, porque no es natural, como no lo es la igualdad y por eso le cuesta tanto metérsela en la cabeza a algunos. Lo natural es el dominio de los fuertes, lo natural es el clan familiar y la tribu, el recelo a los forasteros, el apego a lo conocido; lo natural es exigir límites a los demás y no aceptarlos en uno mismo; lo natural es la ignorancia y el esfuerzo del aprendizaje es el único vehículo posible para salir de la barbarie y llegar hasta la orilla de la civilización.


    Nosotros nacimos en el franquismo, pero crecimos en la democracia y crecimos a la vez que ella lo hacía. Y aprendimos la democracia con el día a día, porque aún no estaba escrita en los libros. De una manera inconsciente y bastante ingenua escribimos nuestro humilde renglón, más o menos recto, más o menos emborronado, en el libro de la convivencia cívica.


    Aunque viendo como están las cosas en la actualidad el que nos movilizáramos por no querer pagar una entrada os pueda ahora parecer banal, el fondo de la cuestión era y es el mismo. Entonces como ahora era necesaria una "serena rebelión cívica"  que utilizara con inteligencia y astucia todos los recursos y toda la fuerza de la ciudadanía para rescatar territorios que son  sólo de su propiedad. La "res publica", los asuntos públicos tienen que tener como fin el bien común. Los alcaldes, los concejales, en general todos los políticos … tienen que tener muy claro que son representantes del pueblo que los elige, que es el legítimo propietario de los bienes que administran y del poder que se les confiere, por lo que deben ser  garantes de que siempre actuarán buscando el interés de la colectividad.


    Esa es la enseñanza que aprendmos de nuestro Botellín. Lo demás, la emoción de las lágrimas, el escalofrío de los recuerdos, las canciones, los besos, los abrazos, la poesía … es como nuestra camiseta: el bonito envoltorio de la razón última.



    Pues va a ser que no, que "Los hombres sí lloran" y yo lloré como un niño cuando vi aquella riada blanca que al ritmo de "Paquito el chocolatero" le cambió el paso a un Ayuntamiento que había perdido el norte, aquella riada blanca que puso de acuerdo a un pueblo entero, aquella riada blanca que no fue a la verbena pero llevó la fiesta a los bares y a los pubs, aquella riada blanca que devolvió a Bélmez su verbena popular.


    No se si recordaréis, amigas y amigos del Botellín, que durante aquellos cuatro días de 1.993 que vivimos tan intensamente, estaba de moda una canción de Seguridad Social que  enseguida adoptamos como himno oficioso de la Peña, cuyo estribillo dice:


" Quiero tener tu presencia, quiero que estés a mi lado
no quiero hablar de la lucha si no estamos preparados
no quiero hablar de la lucha si no estamos preparados …"


    Espero que estéis más o menos preparados porque Bélmez quiere, desea, necesita tener vuestra presencia, que estéis a su lado … ¡Ah! y que a nadie le coja el paso cambiado. Os deseo a todos que tengáis unas muy felices fiestas. Muchas gracias.



Banda sonora del pregón de fiestas de Bélmez de la Moraleda del año 2.013. http://t.co/MP3TckEq2H #NowPlaying