Buenas noches, gracias por haber venido.
Muchas gracias al Excelentísimo Ayuntamiento de Bélmez de la Moraleda por
pensar en mí para dar este pregón en representación del Botellín.
" Los hombres
no lloran ". -me solía repetir mi madre con voz severa, aunque ella
todavía no podía llegar a adivinar que la genética había tatuado en mi corazón
el escudo de los Pereira y que lo había hecho con una lágrima de plata
adornando su cruz floreteada y hueca de gules, una lágrima que dignifica,
madre, a quienes no han perdido la capacidad de emocionarse a pesar de los
años-.
Y es que" Los
hombres no lloran "- me aleccionaba con cariño mi Carmen, mientras
insistía con admirable tozudez en trazar con el peine una línea recta en los
rizos ingobernables y caprichosos del niño callado y taciturno que algún día
fui-.
Porque "Los hombres
no lloran" -me susurraba al oído la niña de mis ojos, la niña del Alemán,
y lo hacía con un hilo de voz, para que nadie más que yo pudiera percibir
la miel y también el calor de sus palabras, en aquella noche cuando todos me
zarandeasteis por haber llegado tarde al primer acto del programa de
fiestas de la Peña del Botellín. Aquella programación de actos alternativos que
presentamos fotocopiados en la silueta de una botella de cerveza donde podía
leerse: Día 19 de agosto, 12 de la noche; asistencia al Castillo de fuegos
artificiales que viene a principiar tradicionalmente las fiestas de Bélmez de
la Moraleda. Se hará vistiendo la camiseta de la peña con alegre disposición
por todos sus miembros-.
Que sí, que
"Los hombres no lloran"- con alegre disposición por todos sus
miembros y yo llorando de alegría … cuando alcancé a ver aquella riada
blanca serpenteando y bullendo saltarina por la plaza de la Iglesia al compás
de "Paquito el chocolatero", empapando con su algarabía a propios y a
extraños, no pudiendo ni queriendo ya nadie secarse aquella gozosa y
refrescante sensación durante los cuatro días siguientes.
Que veinte años no es
nada, escribió La Pera y cantaba Gardel, pero cuando Antonio Díaz Rodríguez,
nuestro teniente de alcalde, me habló de este homenaje a quienes contagiasteis
de alegría y de desmadre, con vuestra euforia de cantos y consignas, con
vuestras estridentes carcajadas y vuestro no dormir ni dejar hacerlo, a
todo un pueblo aquellas fiestas de 1.993, debí decepcionarte Antonio, por mi
reacción, o mejor dicho, por mí no reacción.
Porque he de confesaros,
que como si de una borrachera se tratase, en mi recuerdo aquellos cuatro días
de agosto se habían diluido como cuatro azucarillos dulces pero fugaces -¡ay,
qué poco dura lo bueno!-. Y en su lugar, durante estos veinte años como veinte
siglos, de la Peña del Botellín sólo me quedaba una neblina de imágenes
reflejadas en espejos cóncavos y una resaca de ideas, que regresaban a mi
memoria en alguna que otra ocasión distorsionadas y convexas.
El caso es que instintivamente, sin apenas reflexión, me vi pronunciando
un sí con la boca chica, pero tan imprudente como osado y aquí me tenéis
-instante arriba, instante abajo en las agujas del reloj- ante mis paisanos,
ante mis amigos, ante mi familia y ante todos quienes nos visitáis en
estos días, para contar una historia cierta, aunque más o menos recordada
o más o menos magnificada, como los buenos libros de caballerías, que comenzó
a escribirse en el pueblo de Bélmez de la Moraleda en esta misma noche de hace
veinte años.
Quiero que sepáis que para mí supone un gran honor dar el pregón de fiestas en
el nombre de todos vosotros, los que sois botellines y quienes en espíritu así
os sentís. Quiero daros las gracias en verdad de corazón por todos los
recuerdos e imágenes que me habéis regalado desde que se supo que yo daría el
pregón. Todas esas historias que me han dado fuerza para romper de una vez por
todas los espejos cóncavos y convexos que con el olvido y los años habían
convertido mi visión de aquellos días en un esperpento digno del mismísimo
Valle Inclán, así que seguiré el consejo de Don Latino de Hispalis en
"Luces de Bohemia" y diré: -"¡Querido Max (querido Juan en este
caso), no te pongas estupendo!".
Espero eso sí, que este pregón os traiga a todos tan buenas sensaciones
como tantas y variadas emociones yo he sentido al escribirlo.
Os pido también, paisanas y paisanos, amigas y amigos del Botellín, que me dejéis
dedicarlo a quienes apenas habían nacido hace veinte años –que por otra
parte son los mismos años que yo llevo fuera de Bélmez y por eso cuando me
encuentro con los de esta generación suelo decir aquello de “¿y tú de quién
eres?”, claro que ellos a mí me conocen como el hermano mayor de Miguel Ángel
Cano-. Quiero dedicárselo a ellos, porque por su envidiable juventud no tienen
la perspectiva de que muchas situaciones hoy habituales, cotidianas, corrientes
e incuestionables a simple vista, en otro tiempo eran impensables, casi
imposibles, aunque ahora hayan pasado a esa realidad invisible de lo
cotidiano y de lo olvidado, aunque ahora resulten casi imperceptibles incluso
para quienes el paso del tiempo nos ha ido acomodando en la adormidera de la
amnesia y borró de nuestra mente su coste , porque nos hemos olvidado por
completo del valor de esas cosas que pasaron anteayer.
Sin ir más lejos, mientras deslizaba mis dedos por el teclado del portátil para
escribir el pregón, he recordado el tacto y el disparo de las teclas de
mi vieja Olivetti, ametrallando el silencio de la siesta, perforando en el
folio las palabras como tiros … y todas las peripecias y las
anécdotas de aquel verano amigo Diego, cuando teníamos apenas 9, 10 años
y Melchor de Alfonsillo nos enseñó a escribir a máquina … -.
Porque también tengo que dedicar mis palabras a quienes hace veinte, treinta
años, nos hacían este mismo ejercicio de memoria al calor de las ascuas de un
brasero, alrededor de una mesa de camilla, como antes también hicieron sus
mayores con ellos en la cocina, reunidos en torno a la lumbre o a la luz de un
candil y así hasta que la noche se pierde en la profundidad de los tiempos
diminuta como una pavesa.
Dice nuestro ilustre y premiado vecino de Úbeda el escritor Antonio Muñoz
Molina que "recordar y contar lo que uno ha visto, esforzándose por no
mentir y por no halagar y por no dejarse engañar uno mismo por el resentimiento
o por la nostalgia es una obligación cívica". Yo añadiría que ese
esfuerzo por mirar las cosas tal y como son -tal y como fueron- es un ejercicio
de honestidad y de libertad . Por eso permitidme la advertencia, que no os
dejéis engañar por el artificio con el que acostumbro a armar mis palabras, que
aunque vista con la imaginación de exagerado colorido y bomba los sucesos y
tenga la tentación de arrancarme con un verso rayano en el ripio, si le
raspáis esa pátina de verborrea que tal vez se os asemeje algo pretenciosa y
quizás un pelín pedante, encontraréis en este humilde pregón esa nítida transparencia,
que yo espero sea tan clara y cristalina como el agua de este pozo de la
Moraleda.
Sí, efectivamente la verdad es poliédrica, tiene infinidad de caras, sobre todo
en Bélmez. Además no sería muy descabellado afirmar que cada uno de los
casi dos mil habitantes del pueblo se siente - hagamos un ejercicio de
sinceridad - un parasicólogo en prácticas. Pero sería ciertamente apabullante
que el Centro de Interpretación de las Caras pasase a ser el Centro de las casi
dos mil interpretaciones de las caras. Porque ese es el ejercicio ejemplar de
honestidad y de libertad que inconscientemente siempre hemos realizado las
gentes de este pueblo frente a este delicado asunto de las caras y que quiero
poner como referencia a seguir en mi propósito de no distorsionar los
hechos que esta noche rememoramos, pues cuando a un belmoralense le
preguntan sobre lo que hay de verdad en las famosas teleplastias, la respuesta
más común suele ser ésta: aquí están, aquí se las presentamos y ustedes, cada uno
de ustedes que las visitan, saquen sus propias conclusiones.
Apenas lo puedo recordar mirando las indumentarias exactamente idénticas que
vestimos mi hermano Paco y yo en una vieja fotografía de aquellas con los
bordes de filigranas. Una de esas tipificas fotos en las que estamos subidos en
esos caballitos que acarreaban como atrezo de su improvisado estudio los
retratistas que iban de feria en feria. Porque aunque originariamente las
fiestas patronales eran las de San Andrés a finales del mes de noviembre, cuando
nosotros éramos pequeños dichas celebraciones ya se habían trasladado al
mes de octubre, parece ser que por razones climatológicas, aunque si te paras a
pensar, en octubre también hace frío.
Pero no es hasta principios de los años setenta cuando se deciden las fechas
actuales de las fiestas, probablemente para hacerlas coincidir con las
vacaciones estivales de los numerosísimos emigrantes que durante esa década y
la anterior se habían visto obligados a abandonar el pueblo. Y parece
ser que la elección de dichas fechas no pudo ser más apropiada … pues hasta las
caras decidieron unirse a la fiesta allá por 1.971. Y aunque para un
adulto pudiera tratarse su aparición de un hecho tétrico, para quienes éramos
los niños de las caras, sólo fue un motivo más de auténtico alucine. Hubo
momentos en los que resultábamos un incordio para que el equipo de
parasicólogos de la Universidad de Friburgo pudiera desarrollar su trabajo en
la casa de Juan y María, aunque aquel alemán larguirucho con su traje azul
celeste, el famoso profesor Hans Bender, tenía salidas para todo y un día mandó
a su guapísima traductora a comprar caramelos en La Bodega, para que no les
molestásemos. Aquella mañana la cola de niños esperando sus golosinas
ocupaba todo el ancho de la plaza de la Iglesia.
Pero volviendo a las fiestas, fuese pasando frío o calor, el hecho es que
históricamente se nos ha considerado un pueblo de gente bastante festera.
Alguien me contó la anécdota de aquellos dos niños, amigos, de unos ocho o diez
años -Felipe y Juan eran sus nombres - quienes a la altura de los
primeros años del siglo XX se fueron andando hasta la estación de ferrocarril
de Cabra para dar la bienvenida al cohetero. Después había que volver, pero
ellos se regresaron con actitud de evidente algarabía alrededor de la burra que
trasladaba al susodicho pirotécnico a Bélmez. Lo que no se imaginaban los dos
niños es que les esperaba un comité de bienvenida, pues enteradas de la hazaña
las madres de ambos, revirtieron la chufla y los cohetes en una sonora y sonada
azotaina. Eso sí, no se quedaron sin devolverla, ya que no se les ocurrió otra
cosa que amenizar el hastío del forzoso encierro que tuvieron como castigo con
un estruendoso concierto de ollas y cacerolas en Sí Mayor.
Seguramente las historietas de Felipe y Juan - de Felipe Guzmán Merino y Juan
Pereira Montávez- os hayan traído a la memoria a muchos de vosotros infinidad
de anécdotas que os han contado o que habéis vivido alrededor de esta plaza,
alrededor de estas fiestas o acontecidas en otros lugares del pueblo. Entre
esos lugares no puedo dejar de mencionar especialmente dos: el salón de
Los Parrales, que se encontraba aquí mismo antes de convertirse en el
Parque del Nacimiento, antes de ser esta magnífica y bella plaza, porque este
parque ha alcanzado esa categoría ¿verdad?; y el salón de Rifa,
establecimiento que surgió unos años después para que las mozas y los mozos de
Bélmez de la Moraleda tuvieran un escenario más donde baliar, divertirse,
charlar, enamorarse … Aquellos bailes solían transcurrir al son muchas veces
de humildes pero honrosas orquestas, como la Orquesta Oasis y su mítica
formación con Juanito Lermas a la batería, Bernardo el Ojarín a las maracas,
Cristóbal de Vilorta al saxofón, Sebastián Valero a la trompeta y Antonio el
Alemán al clarinete, haciendo que la muchachada bailara y se emocionara con los
éxitos del momento, como el famoso "Begin the beguine" de Cole Porter
o aquel otro hit patrio que popularizó la Radio Topolino Orquesta,
"Mi casita de papel" , sin dejar de lado los valses, los pasodobles e
incluso los corridos como el popular "Vuela, vuela palomita ".
Aunque en lo tocante a las lentas el hecho en sí del baile resultaba algo
complicado y fastidioso, ya que por aquella época las chicas solían ir
acompañadas por una carabina -en la mayoría de los casos por la madre de
la moza en cuestión- cuyo principal cometido era dar la aprobación al
partenaire de su hija a la vez que velar para que se respetase la distancia
reglamentaria y corriese el aire de manera fluida entre los cuerpos de los dos
bailarines. ¡Cuántas imágenes de aquellos bailes nos ha dibujado en su
casa , tijera al vuelo amenazando trasquilón, Antonio Vela Romano, el Nono!.
Y las historias que no nos habéis trazado con la filigrana almibarada de
vuestros recuerdos de juventad, las hemos ido descubriendo en el reflejo
de las caras que aparecen en esa infinidad de fotografías que derramamos
por las redes sociales. Esas mismas caras que nos muestran sus más profundos
sentimientos con la elocuencia que da el silencio, porque la imagen siempre
gana su duelo a la palabra. Esas fotografías que van cambiando sus caras más
enjutas y sepias de la posguerra por las sonrisas grises de los sesenta y de
los setenta. Y los escenarios de aquellos bailes de antaño ahora son
otros -como el cine de verano de Ramón o la Cooperativa de Esparto,
conocida más tarde como el taller de las Cuevas- o cambian su aspecto y su
nombre -este Parque del Nacimiento con la Discoteca o la Plaza de Abastos- como
también cambian las modas, los peinados, las músicas y sus intérpretes.
Habían llegado los "ye - yes" con sus pelos largos y las orquestas se
habían electrificado para dejar de ser consideradas como tales y pasar a
llamarse conjuntos. Ahí estaba ya Antolín con su estética y su estilo a lo Nino
Bravo, porque sus facultades vocales le daban y le dan para ello. Primero
fue vocalista con Los Solas, un grupo con base en Villacarrillo de donde
eran los hermanos que le daban su nombre. Y después también lo fue del grupo de
Jódar Los Trinos, una de las mejores formaciones musicales de los alrededores
en aquellos tiempos.
Algo más tarde, a principios de los setenta, llegarían para coger el testigo
Los Sueños, con Jose María el Alemán a la voz, Faustino Garrido a la guitarra,
Juan Fernández Vico-Patachula- al bajo y los hermanos Escarcha de Cámbil a las
teclas y a la batería respectivamente. Ellos tuvieron la feliz ocurrencia
de poner música al poema que Antonio Guzmán Merino dedicó a nuestro pueblo,
añadiendo de su propia cosecha alguna que otra estrofa que originó el
nacimiento de ese pasodoble popular que los de mi generación
solíamos cantar -"y en el parque nace el agua … y en el parque nace el
agua al lado del bar de Diego …"-.
Y más o menos en esos mismos años, otros hermanos empezaban su aventura musical
en la vecina Solera con esa ilusión renovada que tiene la juventud con la
música. Hablo, por supuesto, de Nueva Ilusión, el grupo de los hermanos Montes:
Juan Antonio, Carmelo y Pedro. Yo tengo grabada en mi memoria emocional la
versión instrumental al estilo de Los Relámpagos que hacían del pasodoble
"Luna de España". En la banda sonora de mis verbenas de pequeño está
ese diálogo que el órgano Hammond de Juan Antonio entablaba con la guitarra de
su hermano Pedro.
Pero me vais a permitir que retome las palabras de Muñoz Molina, porque como él
me siento un extraño, un fugitivo de este particular Macondo nuestro del que os
estoy hablando. Este Bélmez- Macondo que perfectamente podría ser la Mágina
que él oteaba en su "Jinete Polaco" desde los Cerros de Úbeda y
que como dice en una de sus canciones aquel otro paisano, hijo del
comisario: "… al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de
volver". Porque parece que "os hable de unos extraños, de quienes
fuimos y ya no somos, del espectro de unos desconocidos (…) pero que gracias a
la música tal vez nos encontremos, nos reconozcamos … gracias a las
canciones de entonces que ahora volvemos a oír y nos conmueven igual que si el
tiempo no hubiera pasado y aún fuera posible enaltecerlo o corregirlo,
agregarle una sabiduría que nos fue inaccesible, una ironía y una felicidad que
casi nunca, entonces y después, dejaron de ser imaginarias".
Por aquel entonces y hablo de los últimos años de la dictadura franquista, el
Ayuntamiento solía sacar a concurso la verbena de las fiestas, que se celebraba
bien aquí o en la Plaza de Abastos. El recinto se cercaba y el empresario que
se adjudicaba el concurso era quien se quedaba con la barra e incluso
contrataba a los grupos. Por supuesto, entonces se cobraba la entrada.
Porque la llamada "verbena popular" llegó con la democracia. Aquella
soflama de Tierno Galván a la juventud madrileña llamándoles a divertirse y a
disfrutar de la música gratis con aires de libertad, tuvo su traslación a todos
y cada uno de los pueblos de España. Bélmez de la Moraleda también vivió aquel
exceso, también fue partícipe y todos disfrutamos del abuso, porque en este
país pasamos de la nada y menos al mucho y más, sin tener en cuenta que el
equilibrio te lo da la justa medida.
Y entre canciones de la movida, instantáneas fugaces y efímeras de polaroid y
aquellas primeras y pesadas videocámaras que grabaron la prueba de que no
siempre tuvimos el pelo blanco, dejamos de colarnos en la discoteca y casi sin
querer nos sorprendimos en su pista bailando las lentas. Siempre solían
pincharlas en el mismo orden; primero "La chica de Ayer" de Nacha Pop
… después "Jersey girl" de Tom Waits en esa versión más popular
que hizo Springsteen. Y nos susurrábamos al oído palabras que
escuchábamos el uno de la boca del otro por primera vez. Y quedábamos para
bailar una y otra vez a pesar de mi torpeza, porque te gustaba que
te hablara de que la vida es una canción a medio hacer en la que siempre
andamos a vueltas con una estrofa o peleándonos con el estribillo.
Y Así hemos llegado al prólogo de las fiestas del Botellín, un prólogo que se
escribió justo un año antes del Botellín, esta misma noche y a esta misma hora
pero de hace veintiún años. Sin ese antecedente la historia que nos ha
traído hasta este estrado no tendría ningún sentido.
Si aquel diecinueve de agosto de un año antes, de 1.992, alguien se
hubiese paseado por esta plaza la habría encontrado oscura y tan
silenciosa, que de no ser por la sequía de aquel año, hasta habría
escuchado el bullir del agua en el pozo. Sin embargo, lo que sí percibiría ese
visitante del año 92 serían los ecos de la música proveniente de la Plaza
de Abastos.
Al llegar hasta ella se la habría encontrado vallada. En el acceso desde la
Calle del Concejo un portero con cara más o menos de pocos amigos franquea la
entrada. Desde fuera puede observar el ademán de aburrimiento de los músicos,
mientras que en la pista sólo un par de parejas bailan "La piragua de
Guillermo Cubillo". Tan sólo una veintena de mesas están ocupadas y al
fondo en la barra hay no más de diez personas. Salvo los de la pista, nadie
presta atención a la música, sino que dirigen su mirada hacia la cuesta que
sube hasta la Plaza de la Iglesia. Incluso el bajista del grupo está mirando
hacia allí, consiguiendo que sus compañeros pierdan el compás y precipiten el
final de la canción.
Mirando hacia dicha cuesta nuestro visitante de las fiestas de 1.992 observa
admirado la presencia de una ingente muchedumbre de jóvenes que caminan como
uno solo a la voz de "¡que vamos, que vamos …!" , para retroceder
después en sus pasos una vez alcanzado el vallado trasero de la plaza.
Si desde principios de los ochenta las verbenas eran populares hasta que en ese
preciso año olímpico la Corporación Municipal tiene a bien cobrar la entrada,
en este pueblo había ya toda una generación de jóvenes que no sabían lo que era
pagar por bailar en las fiestas. Sin entrar en el análisis de los motivos que
llevaron al Ayuntamiento a establecer un canon para entrar al recinto, el hecho
es que se menospreció la fuerza y se ninguneó la osadía que te da el ser joven
y el creerte en la posesión de todo el tiempo del mundo - en este caso cuatro
días con sus cuatro noches- para reivindicar la entrada libre.
Yo era una de esas nueve o diez personas que había en la barra de la verbena.
Entiendo que para quienes estabais en la cuesta, sobre todo quienes entonces
erais escandalosamente jóvenes, fueron unas de las mejores fiestas que habéis
vivido -pues la mejor sin duda, fue la del año siguiente-. Os lo veía en las
caras. Pero también veía las caras de quienes no digerían la crítica y
consideraban todo aquello una afrenta.
Siempre me pareció exagerado que las autoridades decidieran llamar a la Guardia
Civil … para que custodiara vuestros cubos de cuerva … para incautaros los
cientos de silbatos con los que acompañabais vuestra coreografía reivindicativa
… para que vigilara vuestra alegría … porque en "la cuesta" la
mayoría simplemente queríais manifestar vuestro desacuerdo de una manera
festiva, pero efectiva y porqué no efectista.
Por eso no estuvo a la altura que merece este pueblo que tanto a un lado como
al otro del partido que gobernaba los designios y administraba las arcas
de este municipio, se intentara capitalizar políticamente aquella protesta. Por
eso no estuvo a la altura que merecen nuestras fiestas que algunos elementos se
dejasen llevar por la inercia que te da el alcohol y aprovechasen la ocasión
-pero no lo lograran- para empujar hasta el terreno escurridizo y ponzoñoso de
la bronca y el enfrentamiento aquella situación. Por eso -sobre todo por eso-
no estuvo a la altura de la historia de este pueblo que alguien usara la fuerza
de la palabra escrita en un periódico y el aval y sello de legitimidad que le
daba su cargo público, para insultaros a vosotros, y lo que es peor, para
insultar a vuestros progenitores, sobre todo teniendo en cuenta que
algunos de vuestros padres habían pagado religiosamente su entrada y estaban en
la verbena.
Durante el año siguiente, según se iban acercando los largos días de
verano, se fueron haciendo mas ciertos e irreversibles nuestros más aciagos presentimientos
sobre la fiesta. Muchos teníamos la ingenua esperanza de que todo aquel
embrollo del año anterior hubiera dado sus frutos, pero desgraciadamente sólo
había logrado apuntalar aún más lo que parecían fuertes convicciones -no se si
económicas, políticas, ¿morales? … o todas a la vez- de las señoras y señores
concejales y del presidente de la Corporación Municipal.
Si en 1.993 ya hubiese existido Twitter, probablemente habríamos convertido en
"trending topic" nuestro tema de conversación en las ligás de
mediodía. El "hashtag" sería algo así como
"#BélmezSeMereceOtraFiesta", pero aunque no os lo creáis los más
jóvenes, por aquel entonces internet era algo realmente privativo y aún
no habían nacido las redes sociales. Nuestra red la tejimos con cada palabra
dicha a la cara, mirándonos a los ojos, eso sí, compartiendo unos botellines …
y se extendió con el boca a boca en el que fluye el entendimiento que se hace
más cierto, más real si hay contacto, si huelo tu afinidad, si toco tu
convicción, si palpo tu empatía, si magreo tus ganas de demostrar que estás
viva, que estás vivo y que te duele tu pueblo y que se juntan con las mías y
las del otro y las de todos, para decir en una única voz: "aquí
estamos".
Mi padre, quien cada día reconoce en mi actitud y en mi proceder defectos
y virtudes propios … ¡Quién te lo iba a decir a ti con lo que los hijos
solemos renegar de los padres! … Tú me has hablado de esa primera
impresión que te da la gente de Bélmez; de unos modos, de unas maneras cotidianas
y por ello en apariencia naturales, no forzadas de las gentes de este
pueblo, que suelen llamar la atención a quien viene de fuera y que creo que aún
perduran y forman parte de ese sello propio por el que se nos puede reconocer.
Cuando hace cincuenta años llegaste por primera vez a este pueblo, subido en tu
Derbi 250, tras atacar con cuidado las curvas del Prao y encontrarte con sus
casas sencillas y los vecinos sentados de charla en sus escalones a la
fresca … y dejaste tu moto aparcada en un inmenso solar que había junto a la
plaza en el que no tardaría mucho en tomar forma la Iglesia nueva, descubriste
ese pueblo que se mezcla en las tabernas, en las calles, en las celebraciones y
se diluye en apariencia sin distinciones de cuna, de oficios ni de ideas, como
por el contrario no ocurría en los pueblos vecinos, más de guardar distancias y
divisiones según procedencias sociales y castas familiares. Esa manera de
relacionarnos que nos distinguía a la legua cuando íbamos - y me consta que aún
es así - a las fiestas de otros pueblos, algo tuvo que ver con lo ocurrido
aquel verano del 93.
Da vértigo enfundarse de nuevo la camiseta blanca del botellín panzudo que
diseñó mi hermano Paco, la camiseta del "biscúter", que para
quienes no lo sepan, es como solíamos llamar en estos pueblos de Jaén al
botellín de un 1/5 de litro de cerveza del Alcázar - a poder ser tan fresquita,
que al beberla se te caiga una lágrima como un puño -, en una metáfora
cervecero-automovilística que compara el pequeño tamaño de estas rubias con el
del minúsculo turismo que se comercializó en España en los años
cincuenta. Muchos habéis guardado como oro en paño la camiseta original y estoy
seguro que habéis sentido al contemplarla de nuevo el vértigo por volver veinte
años atrás a nuestra sociedad amiga del botellín tertuliero, festivo y
desenfadado. Habéis sentido al contemplarla de nuevo la emoción por estar en
aquella Bélmez de la Moraleda de 1.993, en aquel pueblo que declaramos abierto
al mundo.
No recuerdo a ciencia cierta el momento preciso, el instante en que surgió
nuestra contestación pacífica, festiva, desenfadada ante quienes habían
decidido no bajarse de la burra, pero sí se que ocurrió en esa tertulia que es
la ligá del mediodía y que le fuimos dando forma y contenido en aquellas largas
veladas en el Discoblas donde argumentábamos y consensuábamos pareceres y
aportábamos ideas y fundamentos para crear nuestra Peña del Botellín.
La democracia tiene que ser enseñada, porque no es natural, como no lo es la
igualdad y por eso le cuesta tanto metérsela en la cabeza a algunos. Lo natural
es el dominio de los fuertes, lo natural es el clan familiar y la tribu, el
recelo a los forasteros, el apego a lo conocido; lo natural es exigir límites a
los demás y no aceptarlos en uno mismo; lo natural es la ignorancia y el
esfuerzo del aprendizaje es el único vehículo posible para salir de la barbarie
y llegar hasta la orilla de la civilización.
Nosotros nacimos en el
franquismo, pero crecimos en la democracia y crecimos a la vez que ella lo
hacía. Y aprendimos la democracia con el día a día, porque aún no estaba
escrita en los libros. De una manera inconsciente y bastante ingenua escribimos
nuestro humilde renglón, más o menos recto, más o menos emborronado, en el
libro de la convivencia cívica.
Aunque viendo como están
las cosas en la actualidad el que nos movilizáramos por no querer pagar una
entrada os pueda ahora parecer banal, el fondo de la cuestión era y es el
mismo. Entonces como ahora era necesaria una "serena rebelión
cívica" que utilizara con inteligencia y astucia todos los recursos
y toda la fuerza de la ciudadanía para rescatar territorios que son sólo
de su propiedad. La "res publica", los asuntos públicos tienen que
tener como fin el bien común. Los alcaldes, los concejales, en general todos
los políticos … tienen que tener muy claro que son representantes del pueblo
que los elige, que es el legítimo propietario de los bienes que administran y
del poder que se les confiere, por lo que deben ser garantes de que
siempre actuarán buscando el interés de la colectividad.
Esa es la enseñanza que
aprendmos de nuestro Botellín. Lo demás, la emoción de las lágrimas, el
escalofrío de los recuerdos, las canciones, los besos, los abrazos, la poesía …
es como nuestra camiseta: el bonito envoltorio de la razón última.
Pues va a ser que no,
que "Los hombres sí lloran" y yo lloré como un niño cuando vi aquella
riada blanca que al ritmo de "Paquito el chocolatero" le cambió el
paso a un Ayuntamiento que había perdido el norte, aquella riada blanca que
puso de acuerdo a un pueblo entero, aquella riada blanca que no fue a la
verbena pero llevó la fiesta a los bares y a los pubs, aquella riada blanca que
devolvió a Bélmez su verbena popular.
No se si recordaréis,
amigas y amigos del Botellín, que durante aquellos cuatro días de 1.993 que
vivimos tan intensamente, estaba de moda una canción de Seguridad Social
que enseguida adoptamos como himno oficioso de la Peña, cuyo estribillo
dice:
" Quiero
tener tu presencia, quiero que estés a mi lado
no quiero hablar
de la lucha si no estamos preparados
no quiero hablar
de la lucha si no estamos preparados …"
Espero que estéis más o
menos preparados porque Bélmez quiere, desea, necesita tener vuestra presencia,
que estéis a su lado … ¡Ah! y que a nadie le coja el paso cambiado. Os deseo a
todos que tengáis unas muy felices fiestas. Muchas gracias.