viernes, 15 de abril de 2016

Chelsea Hotel



    ¿Quién soy yo para juzgarte? La vida no es una cancioncilla pop con arreglos de ukelele. Es algo más abrupto y menos cursi. Yo la veo como un blues improvisado al que le vamos cambiando la letra a cada paso, según nos va inspirando con su compás contundente y descarnado. Es curioso pero, cuando alguna vez me viene a la memoria aquel tiempo que llenamos con olores de radio y de piel, ya no suenan en mi cabeza las canciones de Silvio Rodríguez, aunque confieso que todavía hoy perdura una leve señal en el lugar donde me hirieron sus versos con un dolor de mil agujas. Y así fue que, cuando el devenir del viaje nos trajo una cura de tiempo y amor, todo aquello en mi recuerdo se ha ido pareciendo más bien a una canción de Leonard Cohen,  tal vez de Janis Joplin, o quizás de los dos.

…I need you, I don't need you,
I need you, I don't need you…


    Llaman a la puerta y al abrirla ahí estás tú rezumando sudor e insolencia a partes iguales. Apenas tienes dieciséis años; yo he cumplido los dieciocho en mitad de una noche del penúltimo mes, como el héroe revolucionario de aquella canción de Silvio. Vienes de desandar el camino de las calles desnudas de la siesta buscando las sombras de la periferia, pero te has tropezado con mis ojos ausentes. Estamos a primeros de junio del año 84. Es el verano inmisericorde de nuestra dulce trampa, el verano que pasaremos atrincherados en un alboroto de sábanas y risas. Nos queda entonces demasiado por venir, demasiado por esperar. 

    Yo soy estudiadamente misterioso y melancólico; tú eres despreocupadamente tú, pero ni siquiera el tiempo desconchará la cal blanca y limpia, la frescura de los primeros encuentros. Le has dicho a tu madre que pasarías la noche en casa de una amiga y, mientras atravesabas Córdoba, tenías la extraña sensación de que en unos segundos las calles habrían de desvanecerse en humo blanco para dejarte tan sólo un mortero de cemento en el recuerdo. Sin embargo, son esas calles desnudas de la siesta y no las alegres del mediodía, o las refrescantes de luna llena, las que te duelen y las que amas. Piensas que Dios, para complacerte, debería derramar sobre ellas una lluvia de barniz transparente que las duerma.

…And that was called love for the workers in song…

    Después de veinte minutos andando por toda la ciudad has llegado hasta estos bloques del extrarradio: Explanada del Arcángel nº 1, 3º B. No hay ascensor ni portero automático. Has subido la escalera y has pulsado el timbre en dos toques cortos, casi sin intervalo entre ambos. Apenas tu pecho ha esbozado un mohín convulsivo, cuando te he abierto la puerta. Nos saludamos con un beso nervioso y te muestro el camino de mi cuarto. Allí, el brillo oscuro de mis ojos delata mi impaciencia. Tú me sonríes y me besas en la boca con miles de temblores minúsculos que apenas puedo percibir. Miras entonces a tu alrededor para toparte con las horribles cenefas en tonos verdes del papel pintado, con el despertador rojo de la mesilla de noche que con el tiempo tanto llegarás a odiar y la ventana tapada con una toalla de baño también roja, con un gran ancla azul dibujado en el centro y que viste la habitación con una  penumbra cobriza.

    Hay también un viejo y maltratado aparato de radio sobre la mesa de estudio en el que suena al azar una emisora. Tú comienzas a desnudarte mientras yo te miro con niebla en los ojos; primero la blusa blanca, después la larga y amplia falda de flores. Al llegar al sujetador te traicionan los nervios y te muerdes la lengua mientras te desesperas por el contratiempo que te ha ocasionado la impericia. En realidad, no es que no puedas con el sujetador, sino con esa niebla que no para de mirarte.

    Yo ya estoy desnudo. Tú miras la palidez de mi cuerpo que se acentúa en el torso y en mi sexo y yo te sonrío con ojos grandes y pestañas largas desde detrás de la niebla de mi alma. Enseguida te beso en la frente y sientes mi vientre velludo y redondo como el de un oso pequeño. Mis manos te liberan del sujetador y devoran las braguitas de lunares hasta hacerlas desaparecer debajo de la cama. Sin demorarnos, me empujas dentro de ti… Después, caeremos en algo parecido a un sueño leve y remoto. Para cuando despiertes ya será de noche y en la radio se empeñará en sonar ese ruido de fondo.

…probably still is for those of them left…


    Tú te levantas e intentas abrir la ventana, pero la persiana está estropeada, aunque por las rendijas puedes ver la calle oscura atravesada por el ritmo de nuestros cuerpos etéreos. Te vuelves a la cama y con un beso le pones el punto a la interrogación de mi oreja. Empiezas a sentir hambre, pero me miras y se te hace imposible abandonar la cama sin mí, que continúo durmiendo sin saberte despierta. Y piensas, aunque te sonará a algo muchas veces repetido,  que serías capaz de observar inmóvil durante años cómo el sueño me acaricia la piel.

    Hay ahí una alegría más nueva aún que nosotros dos y tus miradas no dejan de besarme y dos lágrimas, y luego tres, y cuatro, y siete te recorren los pómulos hacia la barbilla y desde tu cara me saludan con risa. Siembras con otro beso un “hasta ahora” en mi nuca y te deslizas sin ruido fuera de la cama. Piensas en que lo nuestro no es la sincronía, pero  la niña mala de los dedos vertiginosos atacará mi sueño en otra ocasión y entonces no habrá melodía que no vaya a surgir de mi garganta provocada por una larga caricia de fuego. Y cuando arda en llamas, cuando parezca morirme en la espera, será el momento en el que al fin permitas que me derrame entre tus manos.

    Pero el tiempo se te pasará viendo mi alma volar sola, a lo lejos, alta, muy alta, tan remota y olvidada siempre. Porque yo seguiré siendo un aturdido y eterno adolescente viviendo ajeno a los sonidos del mundo, siempre actuando al dictado de una voz interior oscura y cavernosa. Y un buen día no muy lejano te levantarás de esta cama revuelta, de esta isla del demonio en la que se habrá convertido este cuarto y te marcharás antes de que termine por poseerte a ti también.

    Atrás quedarán tus latidos ansiosos y  mi persistencia enfermiza, desesperada. Cogerás miedo a mis ojos y a mi voz. Te esconderás de mí a duras penas en los mismos lugares donde solíamos coincidir y que ya nunca frecuentamos, tras los mismos conocidos que un día nos presentaron y con los que ya nunca quedamos, porque habremos olvidado sus rostros y sus nombres.

    Y por fin llegará la hora en que ya no escuches la música que sale de mi estómago y dejes de tararear mi canción por los pasillos, por los cafés, porque ya no la recuerdes, porque la hayas olvidado.

…Ah but you got away, didn’t you babe,
You just turned your back on the crowd…


    Pasarán años sin volver a vernos. La primera vez que nos encontremos será en 1.988, un par de veces; mucha frialdad y poco por decirnos. Otra ocasión en el 93, durante un concierto da igual de quién; quedaremos en llamarnos para tomarnos algo y charlar, pero nunca lo haremos. La última será en Granada, en las navidades del 2.000; me presentarás a tu novio diez años más joven que tú y por fin te volveré a hacer reír.

    Tal vez nunca nos volvamos a ver y ya no habrá ni miedos por tu parte, ni reproches por la mía, porque… ¿quién soy yo para juzgarte? Y cuando me venga a la memoria nuestro saco de olores de radio y  de piel recordaré una vieja canción de Leonard Cohen que no habré escuchado hasta muchos años después. Y volveré a verte en la cama deshecha de aquella habitación, hablándome con tanto valor y dulzura a la vez que me derramas entre tus labios, justo antes de que te vayas dándole la espalda al mundo, porque cuando lo hagas ni una vez te oiré decir:

    …I need you, I don't need you,
I need you, I don't need you …

    Y  me vendrás con que prefieres a los hombres guapos, aunque conmigo harás una excepción, mientras aprietas tu puño de  pura rabia por esta infame dictadura de la belleza. Pero entonces te arreglarás un poco y me dirás: “somos feos, pero tenemos la belleza de la  música”.

         


     

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