viernes, 5 de noviembre de 2010

Babarabatiri

   Los de mi generación, es decir, los adolescentes de la transición española, crecimos musicalmente entre los discos de cantautores de nuestros hermanos mayores y las casetes que, o bien nos comprábamos originales con los pocos ahorros que conseguíamos de aquellas paupérrimas pagas, o a las malas, nos terminaba por grabar ese amigo solvente  que se podía permitir lo nuevo de Radio Futura o lo último de Gabinete Caligari. Los más friquis incluso íbamos más allá y  de muy buena gana nos hacíamos con los vinilos de Décima Víctima o la Mode, o  incluso de Durutti Column y de Felt, aunque no tuviésemos equipo donde escucharlos. Pero estas historias de la bolsa de discos debajo del brazo, esas peregrinaciones de garito en garito para que nos pusieran nuestra música serán divagaciones que las hormigas de la memoria recorrerán en otra ocasión.

     Me quiero centrar ahora en los cantautores que poblaban los altares-estanterías de nuestros progres hermanos, primos o amigos mayores. Porque, entre las canciones de Victor Manuel, de Serrat y de Paco Ibáñez, se dejaban entrever las de Víctor Jara, Mercedes Sosa, Jorge Cafrune, y cómo no,  los trovos revolucionarios  de Pablo Milanés y Silvio Rodríguez.


     Así que sin comerlo ni beberlo, de una manera casi subrepticia, terminamos por llenar de ecos cubanos el repiqueteo de misa de doce que le infundíamos a nuestras guitarras domingueras. Su adormidera progre nos hizo creer a pies juntillas durante muchos años, que la música popular de la isla antillana estaba en esencia pura en las canciones de aquellos diputados castristas. ¡Ojo!, ¡que no reniego del "Ojalá" de Silvio!, para mí la canción de desamor más tremenda y hermosa que se haya escrito en lengua castellana. Y otro tanto podríamos decir sobre las melodías de Pablo Milanés, quien seguro se cuela con un par de canciones en la banda sonora de mi adolescencia.


     En esas andábamos cuando, gracias a una historia cantada o una canción historiada, como es el "Pedro Navaja" de Rubén Blades, sentimos curiosidad por una música que nos venía de Nueva York y a la que todo el mundo llamaba salsa. Y ahí se englobaban  músicas más o menos afines o distantes entre sí como las del propio Blades, Celia Cruz, Tito Puente, Willie Colón... Y los friquis de nuevo nos vimos comprando los vinilos que desde Tenerife editaba el pequeño sello local "Manzana",  para así conseguir ser los primeros salseros de las Españas.


   Pero la salsa no era una música, sino la suma de muchas otras. Se trataba de ritmos incuestionablemente latinos ( no sólo cubanos, sino también portorriqueños, colombianos...), que en  Brooklyn, en el Bronx, en Queens, sufrieron la saludable infección del jazz y del soul. Aunque también habían piezas perdidas que no terminaban de encajar; especias en aquel sabroso condimento, que resultaban difíciles de distinguir por nuestros inexpertos paladares. Y las claves que  nos faltaban  las fue desgranando un gran "cocinero radiofónico" especialista en estos menesteres musicales como era y es Juan Pablo Silvestre, quien encabezaba a últimos de los ochenta y principios de los noventa un programa muy salsero ( o más bien sonero)  las tardes de los sábados en Radio 3. Pero claro, de nuevo estábamos en un terreno en el que solo se desenvolvían los friquis. Para que la gran mayoría del público español  y mundial interesado en estas músicas pudiera cerrar el círculo,  tuvo que llegar uno de esos músicos raritos made in usa llamado Ry Cooder. Él fue quien redescubrió a un octogenario Compay Segundo que, aparte de cantarnos las canciones que sí formaban el verdadero acerbo popular cubano, reivindicaba con su voz ya entrecortada a Chano Pozo, a Pérez Prado, a Miguelito Valdés, a Bola de Nieve y , sobre todo, a Benny Moré.

     Probablemente fue Benny con sus composiciones y su voz el impulsor más sobresaliente que obtuvo el son, la guaracha, el mambo, el cha-cha-cha y hasta el mismísimo bolero, si se me permite. Y todo ello a pesar de que a los cuarenta y tres años su voz y su genio se ahogaron definitivamente en un vaso de ron. Y más aún, a pesar del ostracismo al que la oficialidad castrista (que no el pueblo cubano) relegó su música y la de muchos otros autores  no proclives a infundir  a sus composiciones una mácula revolucionaria que se preciara como digna para los miembros del partido, que por su parte, alegaba una supuesta banalidad en el contenido de las letras de sus canciones.

    Pero todos esos ritmos calientes que habían nacido y evolucionado en la isla antes de repartirse por  los confines del mundo, conformaron un caldo sabroso que terminaría por derivar en la  que se vino a denominar a principios de los setenta como música salsa. En la gran manzana sólo se le añadieron unos pellizquitos de soul, de jazz y de big band,  porque de Cuba ya salió aquel moje en ebullición.

  
Entre los principales autores de esta bendita fechoría musical se encuentran tanto Benny Moré como Pérez Prado. Paradógicamente ninguno de los dos se afincó en Nueva York; Pérez Prado alentó aquella música desde Méjico con su mambo, y Moré, aunque también anduvo uno temporada por Méjico, decidió regresar más pronto que tarde a su Santa Isabel de las Lajas natal, para  continuar desde allí su reinado en el son y no salir  nunca más.
    La canción que os presento aquí es una rareza  brutal, que preludia futuros aconteceres en la música cubana. El hecho de ser anterior en el tiempo a todo el fenómeno salsero, la hace mucho más bella y  enigmática . Es sencillamente una extraña maravilla que la protosalsa nos dio gracias a la conjunción de un genio como Benny Moré -el bárbaro del ritmo- y su endiablada forma de improvisar y entender la canción,  respaldado y arropado por la sabiduría musical  de  un Pérez Prado - el rey del mambo- ya muy ducho en el denominado afro-cuban. Esta canción es una leyenda de pura magia cubana,  de mismísima santería    hasta  en el trabalenguas de su nombre: babarabatiri. http://www.youtube.com/watch?v=137t_OiCCnU


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